Fue un reencuentro inesperado, había pasado demasiado tiempo más de una década, pero aún así, cuando cruzamos las miradas en aquel vagón atestado de gente, volví a desearlo con la misma intensidad que la primera vez, que contemple sus profundos ojos color de la miel. Sentí por un instante sus labios carnosos saboreando los míos cual fruta jugosa. Recorrí por mi memoria los instantes grabados en la piel que un día ya lejano, me habían estremecido hasta límites insospechados despertando el deseo en mi cuerpo adolescente. Dibujé con trazos cadenciosos en mi mente, aquella noche de verano de amor desbocado, sus brazos rodeando mi cintura y su bella anatomía meciendo sin reparos mi cuerpo desnudo en un paraíso desconocido, mientras nos estrechábamos deseosos bajo una luna de agosto observadora.
Absorta en el rincón de mi memoria me perdí unos momentos, y de vuelta a la realidad de aquel vagon atestado de gente, también perdí su mirada, ya no estaba allí, ya no le veía, temblorosa le seguía sintiendo cerca muy cerca, tanto como aquella primera vez. Estaba tras de mí, susurrándome con ternura en el oído, sus palabras salían frescas de su boca, aquella misma boca carnosa y de nuevo me estremecí y le besé sin darle tiempo a nada mas.
El metro paró en una estación y de forma apresurada le ví salir de estampida, sentí que huía de mí alejándose entre la multitud.
¿Se me ha olvidado besar? me pregunté mientras mi cuerpo era recorrido por un deseo que sin mas se hallo efímero.
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